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Hay momentos en la vida que invitan a la reflexión, acto que el ser humano no puede evitar por su condición de racionalidad. Pero esta reflexión, necesaria e indispensable para la supervivencia del espíritu, la ponemos en práctica la mayor parte de las veces con el exclusivo objeto de canalizar nuestras afecciones más íntimas y personales intentando despejar la agobiante problematica de nuestra agitada vida actual, lo que la convierte sin lugar a dudas en una "reflexión autopersonal" que redunda solamente en nuestro propio consuelo, en nuestra defensa y en la satisfacción de nuestras apetencias. cuando conocemos solamente este tipo de reflexión y no se conocen otros, el hombre como ser humano no tiene nada que hacer entre los demás; se insensibiliza y se convierte en un elemento neutro sin llegar a la irracionalidad porque este fenómeno no es potencialmente posible en el ser humano.
Tenemos que hacer un pequeño esfuerzo mental y reparar en que nosotros no podemos degradar nuestra condición humana pensando solo en nosotros. Tenemos que pensar en los demás, en el dolor, la tribulación, la dudad y la indecisión de los otros, porque aunque es bien cierto que el tremebundo "Valle de lágrimas" se ha hecho al fin más soportable, se ha humanizado y se ha evaporado en parte, quedan aún lágrimas sueltas, de esas que no se secan tan facilmente al "caer en la arena", que reclaman nuestra mirada, nuestra ayuda y nuestro respeto. Y eso es lo que vamos a hacer hoy, serenamente y sin dramatizar, es decir, sin hacer demagogia sobre el sagrado dolor ajeno, vamos a reflexionar honradamente trayendo a nuestro recuerdo la imagen de un grupo de hombres que se han alejado de nuestra compañía, que han abandonado de una forma brusca y definitiva el mundo que defendieron y que han dejado un vacío infinito de tristeza y confusión en el seno de sus familias.
Todos fueron hermanos fervorosos de Jesús el Nazareno y de la Virgen del Dolor. Lucharon, amaron, se indignaron, peronaron y pecaron, o sea, fueron hombres. Y estos hombres fueron Emilio rojas Navas, el perpetuo Hermano Mayor, disciplinado, exigente, nervioso, que tantas y tantas horas de su vida sacrificó a las exigencias de su Nazareno; Manuel López Rodríguez, también Hermano Mayor que nunca faltó en la Soledad y que ha vestido su hábito negro hasta el mismo año de su muerte; Blas Acosta Arrabal, con su sonrisa permanente, su estandarte al hombro, pareciendole siempre todo el mundo bueno; Miguel Jiménez López, Javier Platero Castán, Javier González González, Antonio Prados Agudo y Antonio Martín Noguera, todos ellos filósofos del campo, con sus hábitos negros o morados, portando los tronos o quedándose rezagados en las filas por ir junto a Jesús o la Virgen. Y quién puede dejar de pensar en nuestro amigo Eduardo Agudo Martín, tan cruelmente apartado de nosotros, de su madre, de su esposa, de sus hijos y de su hermano en el trágico accidente que le arrebató la vida en plena juventud. El pueblo se entristeció con su partida y nosotros, compañeros de Hermandad lo recordamos con su cinto brillante, su escapulario sobre el pecho y la cara descubierta dejando caer sobre su hombro el pesado varal de su Virgen de los Dolores que ya jamás llevará.
Cuando estemos este año viviendo la Pasión de Jesús, ante el Monumento, en la Procesión o en nuestra casa,no olvidemos de reflexionar sobre la vida de estos compañeros perdidos. Así conoceremos los valores de la autentica reflexión.
POR LA AGRUPACIÓN DE COFRADIAS
Escribió: Antonio Navas
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